Por Angélica Serrano-Román | Para El Sentinel Había escuchado que las comunidades del Caño Martín Peña eran unas casas pegadas que quedaban detrás de los edificios de Hato Rey, en San Juan. Escuché que eran comunidades de escasos recursos que casi todos los días se mojaban los pies. Sin embargo, hace unos meses me adentré…

Desde Puerto Rico: Memorias intermitentes desde el sofá

Por Angélica Serrano-Román | Para El Sentinel

Había escuchado que las comunidades del Caño Martín Peña eran unas casas pegadas que quedaban detrás de los edificios de Hato Rey, en San Juan. Escuché que eran comunidades de escasos recursos que casi todos los días se mojaban los pies.

Sin embargo, hace unos meses me adentré en ellas, junto a un grupo de periodistas, para realizar periodismo de inmersión por primera vez en la Isla. Luego de ello confirmé que aunque los vecinos del Caño sí se mojaban sus pies a causa de la lluvia que entraba a sus casas, esa “tierra invadida” fue la consecuencia de una migración en busca de trabajo, educación y salud.

Íbamos a hablar de la historia, los logros y los rostros de todos aquellos que, durante años, vivieron las consecuencias de los que pensaron que con restos y basura se podía hacer tierra firme.

En esa travesía conocí a Angelina Huggins, una señora de 93 años que vivió en el Caño desde sus 14 años. Su hija nos recibió y Huggins, bien coqueta y alegre, se sentó con nosotros a hablar en la sala de su casa. Sus perros también nos saludaron al llegar, uno de ellos se llamaba Rakim al igual que el del dúo Rakim y Ken Y.

Bastaron segundos para escuchar las campanitas que colgaban en el portón de su casa. Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese sonido. Me acordé que mi abuela solía tener unas también. Su cacatúa se unía, o más bien interrumpía, la conversación.

Huggins se sentó en su sofá color crema con dibujos de palmas, y se quejaba de su vejez. Uno de mis compañeros, José Carlos, la corrigió. “Usted está como coco”, le aseguró. “Yo estoy como coco, pero como coco rancio”, le contestó sonriendo.

Nos contó que vivía en Culebra y que vino al Caño para estar con su hermana, de la cual se distanció al casarse y luego volvieron a estar juntas. El retrato de la boda aún cuelga en la pared de su casa.

Huggins tuvo cuatro hijos, pero uno falleció por falta de atención médica hace años. “Ahora hay pediatras. Antes había solo uno que hacía todo”, mencionó.

Confieso que antes de llegar a su casa nos habían contado que los limbers de los Huggins eran muy buenos. “Ay, bendito. Hace un montón. Hace un montón de años. Yo calculo más de 14 años vendiendo limbers”, dijo al preguntarle desde cuándo los vendía, aunque el otro día nos dijo que llevaba 12 años. Nos confundimos.

Relató que un día le trajeron muchos mangó, así que hizo limbers con ellos. Sus nietos se los comían y un día un señor que trabajaba en la calle se le acercó a preguntarle si estaban a la venta.

“No, aquí no se vende limber”, le contestó al señor, pero le regaló uno.

Según nos narró Huggins, el hombre quedó encantado y le recomendó comenzar su negocio para “ganarse la pesetita”.

“Cogí el consejo del señor y seguí vendiendo limber”, aseveró.

Huggins nos contó que nunca había tenido que poner ningún rótulo y admitió que no sabía de dónde salía tanta gente interesada en sus productos. En nuestro interés por conocer cómo sabían los aclamados limbers, pedimos de tres sabores: limón, cherry y parcha. La hija de Huggins nos los entregó.

Nos dijo que en su comunidad no hay problemas, que todos están tranquilos. Contó, además, que el Caño está muy lindo. “Me gustaría ir a verlo”, añadió.

Mi otra compañera, Imalay, se tornó a verme como confundida. “¿Sabrá Huggins dónde vive?”, parecía que se preguntaba internamente. No entendíamos si estábamos hablando del mismo Caño o si había otro.

El Caño estaba cada vez más estrecho y más sucio. La líder comunitaria del Proyecto ENLACE del Caño Martín Peña, Lymaris De Jesús, nos había dicho que durante años, los niños, los ancianos y las mujeres embarazadas contrajeron enfermedades por el agua contaminada y las condiciones en las que vivían.

De Jesús mencionó también que miles de personas y negocios descargan sus necesidades allí y que algunos residentes se bañan con cubos de agua porque la contaminación llega a sus bañeras.

Retomemos a Huggins. Poco después, mis compañeros y yo le preguntamos a la amante del arroz con gandules sobre el dragado del Caño. En respuesta nos dijo que el gobierno gasta mucho dinero en muchas cosas y lleva años esperando el dragado del Caño. “Y todavía no han hecho nada (el gobierno)”, señaló. No entendimos el cambio de parecer.

La señora tomó su andador y su hija la ayudó a pararse para despedirse de nosotros. Nos fuimos con los limbers preparados por las manos de la hija de Huggins. Qué terrible enfermedad. Luego de nuestra visita sentí lástima porque posiblemente no nos recordaría si hubiésemos vuelto a visitarla. Ahora lamento que no pudimos hacerlo, porque ya no habrá oportunidad de volver a verla.

*Actualización: Angelina Huggins falleció la semana pasada.

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