Por Angélica Serrano-Román y Jennifer A. Marcial Ocasio | El Sentinel de Orlando
Un zumbido acompañó el crujir que se escuchó de la tierra en el barrio Las Magas, en Guayanilla, antes de que la casa de dos pisos de su vecina Zayda se desplomara a consecuencia del sismo de 6.4 que sacudió a Puerto Rico el pasado 7 de enero, relató Romelia Figueroa.
La mujer, de 74 años, se levantó de prisa con su nieto Jan Mella, de 11, para ver lo que había sucedido. Vio que su vecina estaba fuera de la residencia y que había llevado a su esposo, quien es paciente de cáncer, al otro extremo de la calle. El hombre se sentó en la acera; su nieto le llevó una silla azul y una sábana que tenía en la marquesina.
Jan estaba asustado, así que Figueroa lo abrazó y le dijo: “Papito, vamos a pedirle mucho al Señor. Vamos a orar”. Su nieto estaba vacacionando en Guayanilla, y se topó un escenario distinto al que imaginaba.
Poco después, el hijo de Zayda llegó para llevárselos con él a su casa, en el mismo barrio. “La vecina estaba muy nerviosa. Todos nos asustamos. Se llenó esto (la calle)”, relató la mujer.
“La parte de abajo [el primer piso de la casa de la vecina], era donde tenían los carros; se espachurraron”, agregó.
Figueroa temió que eso también le pasara a su hogar, pero por fortuna, su marquesina solo tiene una grieta, aunque sus cosas cayeron al suelo por el jamaqueo. Aun así, confía en que su casa la protegerá de futuros sismos. Hilda López, de 65 años, corre otra suerte. Se refugia en el Estadio Municipal Luis A. “Pegui” Mercado Toro, en Guayanilla desde el 7 de enero. “Yo daría lo que tengo por no pasar algo así de nuevo. No es lo material, porque eso se bota, lo que nos importa es la seguridad, y esa casa no es segura”.
“El huracán [María] no fue nada [comparado al terremoto]. Yo vi todo, yo pasé el huracán con las ventanas abiertas”, agregó López.
Cuando sintió el temblor a las 4:24 a.m., corrió para buscar un lugar seguro. No le dio tiempo para ver los daños estructurales que sufrió su casa hasta que regresó horas después. Describió el sismo “como si te cogiesen desprevenido y te lanzaran contra la pared”.
“Eso fue una cosa de otro mundo, fue una cosa horrible. Eso se movió de tal forma, que me quería sacar de la cama. ¿Tú sabes lo que es mover un edificio y romperlo por debajo [la zapata del edificio]?”. López prefiere mudarse a los Estados Unidos para vivir con su familia cuando acabe la emergencia.
Se aferran en su fe en Dios
En el Barrio Quebradas en Guayanilla, Jetzenia González Rivera y su familia decidieron salir en busca de refugio. Escucharon cómo, incluso antes del temblor, las losetas de la casa comenzaron a separarse. “Era como si fuesen a abrirse y tragarnos vivos. Es un movimiento que no sé ni cómo describirlo”.
Aunque su residencia no queda en la costa y, según ella queda en una loma “bastante alta”, decidieron salir de su casa por temor a la posibilidad de un tsunami y debido a que el tendido eléctrico había caído.
“Soy la persona que trato de siempre ser la líder, ser la fuerte, tomar decisiones, [decir] vamos a analizar y esto es lo que es”, comentó la menor de seis hermanos. Sin embargo, esta decisión ha sido una de las más complejas que ha tenido que tomar.
“Estoy bien nerviosa, fue algo bien traumante (sic), bien difícil, me dio mucho miedo. Tengo que decir que las casas no están agrietadas hasta lo que sé, pero el área tiene muchos cables, muchos postes, y sentí mucho temor”, confesó.
Tras el terremoto, González Rivera dijo que reunió la familia para “hacer una rueda oración y le pedí a mi Señor, a Papa Dios, ‘encamíname para llevar a mi familia a un buen lugar’”, recordó.
Todos miraban hacia ella en espera del próximo paso. Sacó las fuerzas que no tenía para mantenerse fuerte, porque no quería llorar frente a ellos, en especial por los menores que los acompañan.
Aunque el miedo se apoderó de su cuerpo por un momento, analizó otra vez la situación; sintió un ánimo que dice no sabe de dónde salió, y les dijo a todos: “Recojan todo que nos vamos”. Sin embargo, admitió que en su interior, “me sentía débil, había llorado mucho, tenía mucho miedo”.
Así llegaron al parque “Pegui” Mercado los 11 miembros de la familia, entre ellos tres de los seis hermanos, la madre de estos y tres menores de edad.
Entre tanto, se sienten agradecidos porque están juntos. “Estamos felices que estamos vivos, tenemos comida, estamos juntos, eso es lo importante. Hubo muchas lágrimas cuando salimos de nuestra casa… no ha sido fácil”, dijo.
González Rivera relató que durante la noche también sintieron movimientos a causa de temblores, pero aún así, la grama del estadio se sentía más segura que su casa. “En la casa uno siente que se va a tragar a uno. Es bien diferente. Bien difícil de verdad”, dijo tratando de contener las lágrimas.
Los familiares en el exterior sufren de lejos
Otra de las preocupaciones son los familiares que viven en Estados Unidos. Su hijo mayor trabaja en Utah y su hermano vive en Orlando. González Rivera dijo que, en una ocasión, estaba hablando con su hijo por Facetime cuando comenzó a temblar y “escuchó todo y no quiero que él se preocupe”.
Fuera de cámara le dejó saber tanto a su hijo como a su hermano que “estamos bien. Solo oren por nosotros. Estamos en familia y vamos a salir de esto. No quiero decirlo en cámara porque sé que me voy a poner a llorar y quiero que me vean fuerte, que sepan que seguimos de pie”, dijo.
Por su parte, Luis “Ñeno” Torres, quien además es legislador municipal en Guayanilla, dijo que están buscando maneras de atravesar “este mal momento, este mal rato de la jugada que nos ha dado la madre naturaleza. Papa Dios siempre cogiendo la mano, pero las familias de Guayanilla han sufrido mucho”.
Torres dijo que, aunque la tierra se mueve desde el 28 de diciembre, “lo que pasó el 6 de enero, da a entender que esto es algo sobrenatural”.
“El que caiga la parroquia de Inmaculada Concepción es un evento sin igual en nuestro pueblo. Es una estructura antigua, de ladrillo y que se venga prácticamente en su totalidad abajo, ha sido muy triste. Nuestro patrimonio natural de Playa Ventana, la punta de Playa Ventana que era algo turísticamente atractivo y emblemático para nosotros los guayanillenses, pues lo perdimos con los sismos. Estamos sumamente preocupados”, añadió Torres.
Ya van casi dos semanas de temblores en la zona lo que, según él, “la ciudadanía de Guayania tiene sus cuerpos cansados, sus mentes desgastadas y todo ronda en velar y cuidar por la seguridad de las familias, de nuestros vecinos, nuestros amigos”.
Mientras se une a la movilización del municipio de Guayanilla, Torres agradece que la red telefónica no cayó, como sucedió con el huracán María. “El haber tenido la señal telefónica y los celulares y el Internet nos acercó al familiar con esa preocupación”, dijo con la voz entrecortada. “Es fuerte, es fuerte. En ocasiones en llamadas en video había temblores y la familia lo sufre”, dijo entre lágrimas.
Su hija menor está de vacaciones en Estados Unidos. Su hija mayor vive en el estado de Florida, por lo que “están a salvo”, dijo. “Que bien que no están aquí. Somos los adultos que estamos pasando por ello y vamos a salir de esto”, afirmó.
En el mismo refugio, Elvin Albino y Domitila Santos, por su parte, describieron el sismo como “una culebra que estaba pasando por debajo de la casa”. En medio del terremoto, por el miedo de quedar atrapados, se vistieron enseguida y bajaron las escaleras de su hogar. “La escalera se sentía como una hamaca”, relató Albino.
Dejó a su esposa en el primer piso, regresó para buscar a su perro Duque y a su hermano. Se montaron en la guagua y fueron para el campo, ante una presunta advertencia de tsunami.
“Todavía se siente pánico al entrar a esa casa, por eso estamos aquí [en el refugio de Guayanilla]. El miedo era que se cerrara [se colapsara] y quedáramos sepultados ahí. Sentimos la muerte muy cerca”, contó Santos.
Cuando ocurrió el sismo, rápidamente Albino pensó lo peor: que la casa se desplomaría, causándole la muerte a su hermano que vive en el primer piso, y que ellos no pudiesen salir. Afortunadamente llegaron al estadio el 7 de enero, y dijeron que permanecerán allí hasta que pase la emergencia. Su mayor miedo es regresar a la casa, ocurra otro temblor, y queden atrapados porque se derrumbe la escalera, que es su única salida.
Pero ese miedo viene con otra preocupación: descifrar cómo arreglarán su casa ante las averías que sufrió. Ya el huracán María les había llevado su techo de zinc, el 20 de septiembre de 2017.
El guayanillense indicó que, cuando ocurrió el temporal, personal de la Agencia federal para el Manejo de Desastres (FEMA, siglas en inglés) que inspeccionó su casa les dijeron que “era muy grande y podían tener dinero para arreglarla”.
“Es muy impresionante para el que vivió ambas experiencias, el huracán María y el terremoto”, aseguró Albino.
Su esposa agregó que “son experiencias que se les queda a uno para toda la vida”.
Entretanto, se aferran a la esperanza y a la ayuda que la comunidad brinda en espera de que los sismos cesen.
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